miércoles, 2 de septiembre de 2015

DESCALZO TAMBIÉN SE VIVE FELIZ, por Ramón Barquín

Ya ha pasado más una semana desde que volvimos de Mozambique. Volver a casa ha sido extraño, pasar de una cultura a otra, de un país donde el día a día consiste en sobrevivir a un país donde las prisas y el consumo son sus sellos de identidad. Después de cuatro semanas allí, Boane me ha enseñado a ver la vida de una manera diferente.

Recuerdo esos meses atrás. Un Octubre de 2014 cuando mi animador de comunidad mencionó este proyecto, esa charla meses más tarde donde en dos días tenía que decidir si ir o no, convivencias de formación… y por fin 26 de Julio, día en que la aventura continuaba en nuestro lugar de destino: África. Lo que en principio veía de lejos, al final llegó, y los nervios salieron como era normal, ultimando preparativos y cerrando maletas llenas de material e ilusión.

Tras un vuelo largo (que incluyó una cena, una segunda cena – por si te quedaste con hambre –, un snack y un almuerzo) nuestros pies pisaban tierra africana. Nuestras vivencias allí ya han sido narradas en post anteriores, pero en este artículo quiero destacar lo que no se ve a simple vista, aquello que si te paras y analizabas cada gesto y escena, llegabas a ver las cosas de una manera completamente diferente.

Cuando llegué a España muchos me preguntaban si allí vivían mal. No les engañé. La pobreza se veía en cada imagen. No tener comida para poder alimentar a toda una familia, ropa de segunda mano, sucia y rota, andar una, dos e incluso tres horas hasta el médico o al mercado si no tenías dinero para el transporte público. Pero después de decir esto siempre acababa con una frase: “a pesar de todo, ellos son felices”. Y es así. Luchan mucho por sacar adelante a su familia, son conscientes de que no pueden comer todos los días, buscan agua al río, etc., y, en cambio, no pierden la sonrisa ni la esperanza. Cuando iba andando por el barrio o en el coche observaba que sus rostros no reflejaba esa tristeza que los anuncios de aquí nos muestran, sino que siempre los veía alegres, saludando a sus vecinos y a nosotros. La hospitalidad, además, es más que destacable. No ponían problemas para que entráramos. Nos recibían con mucha amabilidad, convidándonos a todo lo que tenían aunque sea poco. Recuerdo que visitando a los enfermos de un barrio las familias nos ofrecían sus sillas, y si no tenían iban al vecino a pedirles más, poniendo por delante nuestra comodidad a la de ellos. Es curioso, nosotros vivimos con mucho y seguimos buscando más cosas que nos den la felicidad. Ellos viven con muy poco y, posiblemente, viven igual o más felices que nosotros.

También las comunidades de las capillas nos acogían con mucho cariño, y veías la gran unión que había entre las personas que la formaban y sus ganas por sacar proyectos de pastoral hacia delante. Y, por supuesto, las eucaristías se vivían de una manera totalmente diferente a como estamos acostumbrados aquí. Los cantos adornan la celebración, siendo su mejor herramienta para expresar su amor hacia Dios. Ello conseguía una misa animada que, si duraba dos horas, parecía que había pasado una o menos.

Otra de las cosas más bonitas que me llevo de allí son los niños. Nuestra presencia y labor les sacaba de su vida monótona, y aunque al principio se cortaban, luego nos recibían con los abrazos abiertos. Los de la escolinha se abalanzaban contra nosotros, literalmente, para que le abrazaras o le cogieras de la mano (a veces yo no podía ni andar de la de niños que me rodeaban). Los niños del barrio venían corriendo hacia nosotros para hacer las actividades (se podía ver sus caras de ilusión desde lejos). Las niñas del orfanato se lo pasaban en grande cantando y bailando – incluso se atrevieron con las sevillanas (a su manera, claro) – y nosotros intentando “imitarlas”. El Evangelio de Lucas recoge un pasaje que me ha marcado en este viaje: “De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él.” (18: 17). Al momento de escuchar esto lo supe: para poder aprender de estos niños tenía que ser otra vez un niño. Dar el paso fue la mejor decisión. Pude pasar horas con ellos y no notaba el cansancio hasta que no llegaba a casa; me entraba más ganas de jugar y de divertirme con ellos; no importa que me sacaran a veces de quicio, al segundo me reía con ellos; se conformaban con todo lo que les hacíamos. No sé si han aprendido alguna cosa con nosotros, pero yo de ellos mucho.



Al final, mientras reflexionaba por las noches en mi habitación,  me daba cuenta de que la vida, aun siendo dura, se puede afrontar con una sonrisa; que no merece la pena preocuparse por las cosas superficiales que denominamos “problemas”; que se puede ser feliz con los pies descalzos y sin ir acumulando; y que las alegrías están en las cosas más sencillas. Es tanto lo que se aprende aquí que, seguramente, me queden cosas por contaros – al menos queda el intento –.







Aquel lugar se convirtió en un hogar, y la despedida fue dura. Había que volver a casa. Sin embargo tengo algo muy claro: nos separa muchos kilómetros, pero la distancia no ha impedido que parte de Boane haya venido conmigo. Gracias por todo lo que me has dado, por las enseñanzas y por toda su gente. Nos vemos pronto.


martes, 1 de septiembre de 2015

ABRIR PUERTAS. Por María Calderón,

Resulta difícil poner palabras a todo lo vivido durante estos días, resumir en unas líneas Experiencias, que sin llegar a entenderlas aún muy bien, sabes que desde ese momento marcaron tu vida. Por eso y como una imagen vale más que mil palabras, definiré mis días con una fotografía aparentemente mal enfocada y que pasaría desapercibida para la mayoría. Porque así era África para mí antes de todo esto, un lugar que quería ver pero no atinaba a comprenderlo (enfocarlo) bien y del que desconocía la inmensa mayoría de su riqueza.


Esta fotografía fue tomada en unas de las casas del barrio donde estábamos. Para los que no conozcan Mozambique, una casa africana es principalmente exterior, a la vista de todos… allí en su “patio” pasan el día, cocina, comen, duermen la siesta en su solárium particular, van a la “casa de banho”, estudian, hacen la colada… y sólo una pequeña parte del día lo pasan entre estas cuatro simples paredes, donde se encuentra toda su intimida, aquello único que protegen de la vista de los demás. Esta fue una de las pocas veces que entré. Era de noche y estaba todo a oscuras, no tenían luz eléctrica, y la familia pasaba por muchas dificultades: problemas importantes de salud, escolarización, económicos, trabajo… cuando entré rápidamente prepararon sus sillas para que sus invitados se sentaran mientras ellos se quedan en el suelo y encendieron una pequeña lámpara de aceite para iluminar la casa. Cuando se fue la oscuridad con la inseguridad e incertidumbre que trae no pude encontrar una estampa mejor… una familia feliz que reía y disfrutaba de la vida pese a su situación, y con lo poco (aparentemente) que te podían dar eran capaces de sacar lo mejor para ti, derrochando hospitalidad.
Cuando los conoces descubres lo poco que necesitan para vivir, y lo libres y por tanto felices que esto les hace. Ya no sólo me refiere a cosas materiales: no tener una televisión, un sofá, mesas, ropa para cambiar cada día… sino poca dependencia de cosas que nos cuestan más como la seguridad de un trabajo, estar permanentemente comunicado, la salud propia y la de los tuyos, tener un futuro más o menos asegurado… No tienen nada de eso, y precisamente esta situación es la que les hace ser como son. Me enseñaban en cada sonrisa que la felicidad no podía depender de cosas externas, de las cuales carecen por completo, sino de nuestra manera de ver la realidad, de no ahogarnos en penas que impidan desarrollar y dejar libre nuestro Yo, nuestras ilusiones… Vivir el presente, con sus alegrías más que sus tristezas y dejando los problemas del mañana para eso, para mañana.
Es cierto que muchas cosas querrían cambiarlas, pero también luchan y mucho para ello, sólo había que ver a las mujeres de Boane, y digo mujeres porque la mayoría de la población es femenina. Trabajan dentro y fuera de casa, con una media de 5 hijos, llevando a los pequeños a hombros al trabajo; luchando por cómo sacar a sus familias adelante, ya que muchas son viudas o tienen a su marido enfermo como era este caso; inventando formas nuevas de economía como pequeños comercios, huertos, artesanía; luchando por dar una educación y oportunidades a sus hijos que ellas no había tenido debido a la aún reciente guerra civil; intentando transmitir, en contra de la presión del mundo occidental, sus valores y tradiciones a los hijos; aquella chica médico de no más de 30 años que no habría tenido un camino tan fácil como el mío para llegar donde estaba y a base de aumentar su esfuerzo y entrega era capaz de sacar el trabajo adelante con una mínima parte de todo lo que yo tengo a mi disposición... Como leímos en una ocasión las mujeres africanas son “incansables creadoras de estrategias para la vida”.
Las niñas de la foto merecen mención aparte. Pasan gran parte del día sin sus padres, aprendiendo a desenvolverse solas, de manera independiente, sin sobreprotección (aunque sí protección), ayudando a su familia… con sólo 5 y 7 años eran capaces de cuidar a su hermano de 5 meses cuando su madre se lo pedía, cargarlo en capulana para sacarlo a jugar, mecerlo, dormirlo… y todo sin perder la inocencia de un niño, con la alegría, sus peleas, envidias, protagonismo…
Ellos supieron abrirme las puertas a su Lar, su intimidad, su debilidad, sus flaquezas, su enfermedad... ahora me toca a mí abrir los cerrojos de la mente europea, de creernos que tenemos la razón de todo, que deben aprender de nosotros. Abrir los ojos para ver más allá de las necesidades que nos creamos, ser capaz de disfrutar del presente a pesar de las incógnitas del futuro…
Boane ha sido un lugar para el encuentro como diría Maru. Encuentro con otra cultura, con el ser humano en general y conmigo en particular.
Por último sólo una palabra... Kanimambo!


María Calderón

lunes, 31 de agosto de 2015

Mi experiencia. Por Maria Ramirez


Hola, mi nombre es Maria Ramirez, tengo 21 años. Os escribo para contaros lo que supuso mi experiencia durante un mes en Mozambique. En primer lugar quiero aclarar que siempre deseé conocer África e intentar dar lo mejor de mí cuando llegara ese momento, en concreto Mozambique. De Mozambique siempre he tenido noticias, ya que desde pequeña he estado vinculada a la Congregación Sagrados Corazones, acudiendo al colegio Paraíso SS.CC., y conocía todos sus proyectos solidarios, entre ellos la labor que realizan en Mozambique. En mi caso, gracias a la información que me dio Noemi, una hermana de la congregación SS.CC, y María García, otra hermana de SS.CC., pude ponerme en contacto con los hermanos, Marco y Alberto, quienes organizaban este proyecto.

Realmente nuestra misión comenzó en España a lo largo de dos reuniones de formación que tuvieron lugar en Sevilla y Madrid. Allí Marco y Alberto nos estuvieron informando de en qué consistía el proyecto y  lo que nos íbamos a encontrar. Fue una primera toma de contacto donde aprovechamos para conocernos todos los integrantes del grupo.

Y allá me fui. Con la ilusión de formar parte de algo y dar lo mejor de mí y con el temor de no saber si sería todo lo útil que quería ser.
Para mí el mayor reto fue realizar diecisiete horas de vuelo de ida y dieciocho de vuelta, ya que tengo pavor a los aviones, pero con el apoyo y la atención de mis compañeros los pude pasar más tranquila dentro de lo que cabe.

Al llegar al aeropuerto de Maputo tuvimos una gran acogida por parte de Ricardo, padre de la congregación SS.CC. residente en Boane; Felipa, hermana de SS.CC. también residente y Blas, provincial de la comunidad de África. Los tres vinieron a recogernos en coche para llevarnos a la que sería nuestra casa durante los días próximos. Para mi el viaje desde el aeropuerto hasta la casa fue especial, ya que lo que veía a través de la ventana era la primera toma de contacto que tenia con África como continente y Mozambique como país.

Mi primera semana en Boane fue una semana de transición. Aclimatarte a los horarios de allí, las costumbres, las duchas con agua fría, dormir en una cama muy diferente a la de España… al principio cuesta, pero después se convierte en tu día a día y va perdiendo importancia.

En las semanas que han transcurrido como sabéis hemos realizado distintas actividades como ayudar a construir una pequeña parte de una Iglesia, hemos compartido grandes momentos con las niñas del orfanato de San José, con los niños de la escolinha, los niños del barrio, con personas de otras comunidades para compartir su fe, cultivar la machamba (huerta), pintar una iglesia y muchas mas actividades, que a pesar de no haber hecho anteriormente muchas de estas tareas, con nuestra voluntad y todo el cariño lo hemos hecho lo mejor posible.

Para mi personalmente de todo lo que hicimos mi mayor debilidad sin lugar a dudas fue estar con los niños.  Jugar con ellos, dejar que me peinasen o solo me tocasen el pelo, cantar y bailar canciones tradicionales con ellos o tenerles en brazos era un desbordamiento de emociones: ternura, alegría, me sentía otra vez una niña con ellos y sobre todo me inundaba de mucha felicidad.

Quizá una de las cosas que más me costó fue comprender su cultura y algunas de sus creencias, aunque con el tiempo te das cuenta de que para poder conocerles y dar lo mejor de ti tienes que ser tremendamente observador y dispuesto. Y obviamente no juzgarles por sus costumbres, creencias o cultura.
Los momentos más difíciles de llevar eran aquellos en los que queria hacer y no podia y me sentía impotente sabiendo que en España se podría hacer de otra manera y allí no pueden ni siquiera aspirar a ello. Todavia guardo el recuerdo del día que acompañamos al candidato Pacipio a dar la comunión a  personas “dolentes”(enfermas) que no podian ir a la parroquia a celebrar la misa por sus dolencias.  Todavia recuerdo esa pareja cuya mujer se había quedado sorda y no podía mover el cuerpo por una dolencia  y tenía que depender de su marido el cual se había quedado completamente ciego. U otra mujer que visitamos que no podía moverse ya que padecía una enfermedad reumática. Y a mi estas situaciones me afectaban ya que estas personas si estuvieran en España podrían tener otra calidad de vida mejor.


Aunque no todo han sido malos momentos ya que cuento con muy buenas anécdotas que llenan mi alma de “uma extranha felicidade”. El recuerdo de ver a las niñas del orfanato San José correr tras nuestra camioneta pick up, gritando nuestros nombres dándonos la bienvenida cuando íbamos a visitarlas. Como se las apañaban para subirse a la camioneta con el motor encendido con grandes sonrisas que irradiaban felicidad. O como se montaban y escondían para venirse con nosotros de vuelta a casa.
También queda grabado en mi mente cuando nos movíamos de casa en la ida y en la vuelta las voces de los niños del barrio gritando “irmai María”, porque sabían que al haber tres Maria nunca se equivocaban. A mí personalmente se me hinchaba el corazón de emoción al oir mi nombre aunque no fuera dirigido hacia mí. Otra de las cosas que me ha enriquecido muchísimo son los valores que se irradian en Mozambique: ese afán de compartir con el prójimo lo poco que tengan, esa hospitalidad, esa sencillez, la humildad. Yo solo recordaba la cita de Mt25, 35:
"Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui huésped, y me recogisteis";
 sinceramente donde más he sentido cerca a Dios ha sido en las caras de los mozambiqueños, en los hermanos y hermanas de la congregación; y en nosotros mismos. 

De aquellos días en Mozambique, soy capaz de recordar cada minuto, cada nombre, cada rostro, cada mirada penetrante (ya que sus ojos son pozos sin fondo llenos de luz), cada sonrisa, el contacto de sus manos, cada experiencia, mejor o peor; que me hacen llegar a ser quien soy ahora; alguien que intenta tener presente cada día que mi misión en la vida está al servicio de la sociedad, esté donde esté, trabaje en lo que trabaje y haga lo que haga.


Me ha encantado aquella vida que teniamos; ese sentimiento de no tener casi nada y no necesitar más.  Aquellos paseos acompañando a los niños del barrio a sus casas contemplando el paisaje bajo la luz del atardecer; respirando aire puro y encontrándome con lo más esencial del ser humano. Esas sonrisas compartidas, ese palpito de sentir el alma tan llena que crees que vas a estallar y el sentimiento de riqueza interior que ves en ellos y se te contagia.
Todo lo que he vivido ha supuesto para mi un viaje interior. Que a pesar de haberme alejado de mi zona de confort, he descubierto otras capas de mi misma y de mis compañeros. Me ha ayudado a conocer una nueva faceta de mi misma. Esta experiencia ha supuesto para mi una expedición donde inevitablemente me ha dejado algunas marcas. Y que "somos el reflejo de lo que vemos, de lo que vivimos y lo que nos influye" No quiero dejar de mencionar que el poder estar en Mozambique me ha dado la oportunidad de volver a gente que no veía como alguna hermana y conocer a gente nueva que siempre la tendré en mi corazón. Puedo contar abiertamente que tengo la suerte de contar con una segunda Familia en Boane: Eliseu, Reagan, Pacipio, Ricardo, Mercedes, Felipa, Inmaculada, Maru, Willy, Artemisa, Carolina, Joaquin, Jaqueline, Rómulo, mis niños y sobre todo con mis compañeros de viaje; Mariquilla, Maria Calderon, Victor, Loreto, Lucia, Manu, Ramón y los capitanes del barco, Alberto y Marco. KHANIMAMBO 



sábado, 22 de agosto de 2015

¡¡Viaje de vuelta!!

Ya está. Una experiencia que llevamos tanto tiempo preparando... y ya pasó. Gracias a Dios por todo lo vivido. Ahora toca rumiarla sin prisas para poder gustarla lo máximo posible.



Para los curiosos, os informamos del viaje de vuelta:

Hoy, sábado 22 de agosto, nos llevan desde Boane al aeropuerto de Maputo (Mozambique).

A las 14:20h salimos con destino a Addis Abeba (Etiopía). Llegamos a las 20:50h.

De allí, a las 23:35h, volamos hasta Roma - Fiumicino (Italia). Llegamos a las 4:45h de la mañana del domingo 23 de agosto.

Otro vuelo hasta Madrid. Salimos a las 5:45h y llegamos a las 8:20h de la mañana.

Supongo que nos despediremos todos tomando unos churros con chocolate. Hay que recuperar fuerzas.


viernes, 21 de agosto de 2015

Hacia rutas salvajes

Lunes, 4:00 am. Levantarse a esa hora cuesta (y mucho), pero si el motivo es ir de safari al Kruger Park merece la pena. Con un café en el cuerpo partimos a Sudáfrica para una excursión muy esperada por nosotros. Un largo camino, horas en la frontera con sello para arriba sello para abajo, la búsqueda de la entrada… ¡y por fin en el parque!

Para aquellos que no lo sepan, el Kruger Park es una reserva natural que consiste en que conduces con tu vehículo por unos caminos ya preparado mientras que observas a los animales por el parque con total libertad. Lo que vimos en esta esta excursión supera con creces lo que nos habíamos imaginado. Nada más empezar vimos un elefante, ¡a menos de cinco metro!, al cual le siguió una rinoceronte con su cría. A ellos se les suma hipopótamos, leones, jirafas, cebras, etc. Amortizamos mucho el trayecto, tanto que salimos incluso tarde del parque.








Volvimos a casa de noche muy cansados, pero el día valió la pena.

Ramón