Después de un mes y
medio –qué rápido ha pasado– nos volvimos a reunir los voluntarios
internacionales, es tal vez en El Escorial. La verdad que tras el buen sabor de
boca que nos dejó el primer encuentro teníamos muchas ganas de volver a vernos
y seguir conociendo Mozambique y nuestra labor como voluntarios sscc.
En este segundo
encuentro nos hemos centrado en conocer en mayor detalle África, su gente, su
cultura y su fe. Y es que hay tantas diferencias: su filosofía de vida –compartir todo lo que tienen, aun teniendo una miseria–, su manera de vivir la fe. Gracias a los testimonios de Pilar, Álvaro y Brígida, todos ellos religiosos y religiosas de los SSCC, nos abrieron los ojos a un hecho muy cierto: nuestras acciones no van a cambiar esa realidad pero ella sí a nosotros. Sus palabras fueron suficientes para colmarnos de fuerza y motivación para derrocharlas con los más necesitados.
Durante este encuentro
también hemos ido viendo qué hace falta allí, qué actividades podemos hacer con
los niños… La lluvia de ideas fue intensa donde se coló alguna que otra locura,
aunque la ilusión y las ganas estaban muy presentes. Teatros, juegos,
abalorios, etc., una gran variedad de actividades las cuales tienen un poquito
de cada uno de nosotros.
Pero si tenemos que
estar orgullosos de algo es del grupo. Antes de los dos encuentros no nos
conocíamos, algunos por convivencias y encuentros parroquiales, hasta el
momento que dijimos de vivir esta experiencia. Este factor ha sido más que
suficiente para crear un grupo que con tan solo dos encuentros nos hemos unidos
muy fuerte, como si ya nos conociésemos, y que la variedad es más que notable:
gente de norte y sur, desde profesores a médicos pasando por criminólogo, gente
de distintas parroquias. Y en esa mezcla se ha forjado este gran grupo que se implica
en ofrecer toda la ayuda posible y hacer partícipes a las parroquias en este
proyecto.
Nuestro próximo
encuentro será ya en el aeropuerto, rumbo a Mozambique, seguramente con muchos
nervios ante una experiencia que nos hará cambiar, pero teniendo a Dios
presente en nuestra aventura y, aún más, con “una extraña felicidad”.
Ramón Barquín Ortega, de Sevilla.