martes, 1 de septiembre de 2015

ABRIR PUERTAS. Por María Calderón,

Resulta difícil poner palabras a todo lo vivido durante estos días, resumir en unas líneas Experiencias, que sin llegar a entenderlas aún muy bien, sabes que desde ese momento marcaron tu vida. Por eso y como una imagen vale más que mil palabras, definiré mis días con una fotografía aparentemente mal enfocada y que pasaría desapercibida para la mayoría. Porque así era África para mí antes de todo esto, un lugar que quería ver pero no atinaba a comprenderlo (enfocarlo) bien y del que desconocía la inmensa mayoría de su riqueza.


Esta fotografía fue tomada en unas de las casas del barrio donde estábamos. Para los que no conozcan Mozambique, una casa africana es principalmente exterior, a la vista de todos… allí en su “patio” pasan el día, cocina, comen, duermen la siesta en su solárium particular, van a la “casa de banho”, estudian, hacen la colada… y sólo una pequeña parte del día lo pasan entre estas cuatro simples paredes, donde se encuentra toda su intimida, aquello único que protegen de la vista de los demás. Esta fue una de las pocas veces que entré. Era de noche y estaba todo a oscuras, no tenían luz eléctrica, y la familia pasaba por muchas dificultades: problemas importantes de salud, escolarización, económicos, trabajo… cuando entré rápidamente prepararon sus sillas para que sus invitados se sentaran mientras ellos se quedan en el suelo y encendieron una pequeña lámpara de aceite para iluminar la casa. Cuando se fue la oscuridad con la inseguridad e incertidumbre que trae no pude encontrar una estampa mejor… una familia feliz que reía y disfrutaba de la vida pese a su situación, y con lo poco (aparentemente) que te podían dar eran capaces de sacar lo mejor para ti, derrochando hospitalidad.
Cuando los conoces descubres lo poco que necesitan para vivir, y lo libres y por tanto felices que esto les hace. Ya no sólo me refiere a cosas materiales: no tener una televisión, un sofá, mesas, ropa para cambiar cada día… sino poca dependencia de cosas que nos cuestan más como la seguridad de un trabajo, estar permanentemente comunicado, la salud propia y la de los tuyos, tener un futuro más o menos asegurado… No tienen nada de eso, y precisamente esta situación es la que les hace ser como son. Me enseñaban en cada sonrisa que la felicidad no podía depender de cosas externas, de las cuales carecen por completo, sino de nuestra manera de ver la realidad, de no ahogarnos en penas que impidan desarrollar y dejar libre nuestro Yo, nuestras ilusiones… Vivir el presente, con sus alegrías más que sus tristezas y dejando los problemas del mañana para eso, para mañana.
Es cierto que muchas cosas querrían cambiarlas, pero también luchan y mucho para ello, sólo había que ver a las mujeres de Boane, y digo mujeres porque la mayoría de la población es femenina. Trabajan dentro y fuera de casa, con una media de 5 hijos, llevando a los pequeños a hombros al trabajo; luchando por cómo sacar a sus familias adelante, ya que muchas son viudas o tienen a su marido enfermo como era este caso; inventando formas nuevas de economía como pequeños comercios, huertos, artesanía; luchando por dar una educación y oportunidades a sus hijos que ellas no había tenido debido a la aún reciente guerra civil; intentando transmitir, en contra de la presión del mundo occidental, sus valores y tradiciones a los hijos; aquella chica médico de no más de 30 años que no habría tenido un camino tan fácil como el mío para llegar donde estaba y a base de aumentar su esfuerzo y entrega era capaz de sacar el trabajo adelante con una mínima parte de todo lo que yo tengo a mi disposición... Como leímos en una ocasión las mujeres africanas son “incansables creadoras de estrategias para la vida”.
Las niñas de la foto merecen mención aparte. Pasan gran parte del día sin sus padres, aprendiendo a desenvolverse solas, de manera independiente, sin sobreprotección (aunque sí protección), ayudando a su familia… con sólo 5 y 7 años eran capaces de cuidar a su hermano de 5 meses cuando su madre se lo pedía, cargarlo en capulana para sacarlo a jugar, mecerlo, dormirlo… y todo sin perder la inocencia de un niño, con la alegría, sus peleas, envidias, protagonismo…
Ellos supieron abrirme las puertas a su Lar, su intimidad, su debilidad, sus flaquezas, su enfermedad... ahora me toca a mí abrir los cerrojos de la mente europea, de creernos que tenemos la razón de todo, que deben aprender de nosotros. Abrir los ojos para ver más allá de las necesidades que nos creamos, ser capaz de disfrutar del presente a pesar de las incógnitas del futuro…
Boane ha sido un lugar para el encuentro como diría Maru. Encuentro con otra cultura, con el ser humano en general y conmigo en particular.
Por último sólo una palabra... Kanimambo!


María Calderón

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