Resulta difícil poner palabras a todo
lo vivido durante estos días, resumir en unas líneas Experiencias,
que sin llegar a entenderlas aún muy bien, sabes que desde ese
momento marcaron tu vida. Por eso y como una imagen vale más que mil
palabras, definiré mis días con una fotografía aparentemente mal
enfocada y que pasaría desapercibida para la mayoría. Porque así
era África para mí antes de todo esto, un lugar que quería ver
pero no atinaba a comprenderlo (enfocarlo) bien y del que desconocía
la inmensa mayoría de su riqueza.
Esta fotografía fue tomada en unas de
las casas del barrio donde estábamos. Para los que no conozcan
Mozambique, una casa africana es principalmente exterior, a la vista
de todos… allí en su “patio” pasan el día, cocina, comen,
duermen la siesta en su solárium particular, van a la “casa de
banho”, estudian, hacen la colada… y sólo una pequeña parte del
día lo pasan entre estas cuatro simples paredes, donde se encuentra
toda su intimida, aquello único que protegen de la vista de los
demás. Esta fue una de las pocas veces que entré. Era de noche y
estaba todo a oscuras, no tenían luz eléctrica, y la familia pasaba
por muchas dificultades: problemas importantes de salud,
escolarización, económicos, trabajo… cuando entré rápidamente
prepararon sus sillas para que sus invitados se sentaran mientras
ellos se quedan en el suelo y encendieron una pequeña lámpara de
aceite para iluminar la casa. Cuando se fue la oscuridad con la
inseguridad e incertidumbre que trae no pude encontrar una estampa
mejor… una familia feliz que reía y disfrutaba de la vida pese a
su situación, y con lo poco (aparentemente) que te podían dar eran
capaces de sacar lo mejor para ti, derrochando hospitalidad.
Cuando los conoces descubres lo poco
que necesitan para vivir, y lo libres y por tanto felices que esto
les hace. Ya no sólo me refiere a cosas materiales: no tener una
televisión, un sofá, mesas, ropa para cambiar cada día… sino
poca dependencia de cosas que nos cuestan más como la seguridad de
un trabajo, estar permanentemente comunicado, la salud propia y la de
los tuyos, tener un futuro más o menos asegurado… No tienen nada
de eso, y precisamente esta situación es la que les hace ser como
son. Me enseñaban en cada sonrisa que la felicidad no podía
depender de cosas externas, de las cuales carecen por completo, sino
de nuestra manera de ver la realidad, de no ahogarnos en penas que
impidan desarrollar y dejar libre nuestro Yo, nuestras ilusiones…
Vivir el presente, con sus alegrías más que sus tristezas y dejando
los problemas del mañana para eso, para mañana.
Es cierto que muchas cosas querrían
cambiarlas, pero también luchan y mucho para ello, sólo había que
ver a las mujeres de Boane, y digo mujeres porque la mayoría de la
población es femenina. Trabajan dentro y fuera de casa, con una
media de 5 hijos, llevando a los pequeños a hombros al trabajo;
luchando por cómo sacar a sus familias adelante, ya que muchas son
viudas o tienen a su marido enfermo como era este caso; inventando
formas nuevas de economía como pequeños comercios, huertos,
artesanía; luchando por dar una educación y oportunidades a sus
hijos que ellas no había tenido debido a la aún reciente guerra
civil; intentando transmitir, en contra de la presión del mundo
occidental, sus valores y tradiciones a los hijos; aquella chica
médico de no más de 30 años que no habría tenido un camino tan
fácil como el mío para llegar donde estaba y a base de aumentar su
esfuerzo y entrega era capaz de sacar el trabajo adelante con una
mínima parte de todo lo que yo tengo a mi disposición... Como
leímos en una ocasión las mujeres africanas son “incansables
creadoras de estrategias para la vida”.
Las niñas de la foto merecen mención
aparte. Pasan gran parte del día sin sus padres, aprendiendo a
desenvolverse solas, de manera independiente, sin sobreprotección
(aunque sí protección), ayudando a su familia… con sólo 5 y 7
años eran capaces de cuidar a su hermano de 5 meses cuando su madre
se lo pedía, cargarlo en capulana para sacarlo a jugar, mecerlo,
dormirlo… y todo sin perder la inocencia de un niño, con la
alegría, sus peleas, envidias, protagonismo…
Ellos supieron
abrirme las puertas a su Lar, su intimidad, su debilidad, sus
flaquezas, su enfermedad... ahora me toca a mí abrir los cerrojos de
la mente europea, de creernos que tenemos la razón de todo, que
deben aprender de nosotros. Abrir los ojos para ver más allá de las
necesidades que nos creamos, ser capaz de disfrutar del presente a
pesar de las incógnitas del futuro…
Boane ha sido un lugar para el
encuentro como diría Maru. Encuentro con otra cultura, con el ser
humano en general y conmigo en particular.
Por último sólo una palabra...
Kanimambo!
María Calderón
Gracias, María por compartirlo.!!!
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